Hubo una vez un soldado pacifista
Que con angustia le dijo a su analista:
“Cuando me ordenan disparar
Nunca me tienen que rogar:
En vez de hacer fuego me pierdo de vista”.
Había un adolescente en Livramento
Que cierto día sufrió un gran incremento:
Aumentó tanto su masa
Que no cabía en su casa
Y a la postre ni siquiera en Livramento.
Se llamaba mi vecinita Teresa
Y me tenía muy mal de la cabeza.
Tan grande era su sex-appeal
Que a mí me atrapó como a un gil,
Y ahora tengo un anillo que me pesa.
Érase una vez una persona en Bagdad
Que se desplazaba con gran morosidad.
No llegaba a ningún lado
Ni cuando andaba apurado,
Pues cada paso duraba una eternidad.
Érase una viejecita en Nicaragua
Que solía conversar con su paraguas.
Y lo que a todos confundía
Es que el paraguas respondía
A aquella viejecita de Nicaragua.
Existía una señorita muy casta
Que un buen día se cansó y gritó “¡Ya basta!”
El verso de la virginidad
Desechó alegre y sin cortedad
En los brazos de un robusto negro rasta.
Vivía en otros tiempos un sociólogo
Que dio una vez en escribir un prólogo.
Mas no tuvo mucha aceptación
Pues nada había a continuación
En el libro de aquel pobre sociólogo.
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